viernes, 7 de enero de 2011

La red social: Amigos a medias

La red social
(The social network)
EE UU, 2010
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Me permito el lujo de presuponer que, así a ojo, un 95% de mis lectores tendrá perfil en Facebook, esa cosa que, aparte de colarnos publicidad de forma más o menos sutil, sirve para recuperar el contacto con aquel compañero del cole con el que siempre nos andábamos peleando, o para que nuestro jefe nos tenga vigilados incluso después de la jornada laboral, o para que todo el mundo se entere de lo mucho que queremos a nuestra parienta y de lo profundos que son nuestros pensamientos, o para que nuestros padres tengan ocasión de ver las fotos más vergonzantes de nuestras juergas en compañía de los compadres Sr. Brugal y Mr. Daniels, o incluso para que algunos relaten las cosas tan divertidas y emocionantes que harían si tuvieran vida más allá de la pantalla del ordenador. Por tanto, no creo que a nadie le suene a chino si digo que a la que hace referencia el título es a esa red social, y confío en que ninguno se me pierda si insisto en que la película de hoy va precisamente de este tema.

Lo que requeriría una explicación más detallada es la otra gran pregunta: por qué se ha hecho una película sobre Facebook. Ojo, que no estoy insinuando su baja calidad, ni mucho menos. Más bien al contrario. Tenemos un argumento fuerte y vigoroso, como diría el Reno Renardo, lleno de intrigas, tensiones y giros inesperados. Tenemos un guión brillante, fiel a la historia real, con unos diálogos ingeniosísimos y con una claridad de ideas tal que hasta el más lego en materia de telecomunicaciones puede enterarse sin necesidad de recurrir a ese nieto suyo tan listo y tan mono que sabe tanto de pulsar teclitas para que se la explique.

Tenemos también unas interpretaciones muy creíbles, aunque lastradas en su versión española por un doblaje doloroso al oído (sobre todo en los personajes femeninos). Tenemos un Jesse Eisenberg que clava su papel de tipo frío y retorcido, un Justin Timberlake que elimina de un plumazo todas las reticencias que pudiera haber por su pasado como cara bonita, y un Andrew Garfield algo menos brillante pero también digno. Tenemos incluso una labor de dirección de David Fincher bastante competente, que sabe combinar todas las piezas para sacar adelante un proyecto de muy alta calidad, tanta que algunos autoproclamados expertos insinúan, porque ellos lo valen, que estamos ante el Ciudadano Kane de principios de siglo.

Quizás sea exagerar, ya que en el filme hay un grave problema que sus 120 minutos no bastan para solventar. Se trata del final, o mejor dicho de su ausencia. La obra narra hechos que se remontan a apenas seis o siete años antes de su fecha de estreno, y que para entonces no sólo no habían terminado de resolverse, sino que, con lo impredecible que es el mundo de internet, lo mismo acaba o con Mark Zuckerberg duplicando los 500 millones de amigos de los que presume o con el chiringuito desmontándose, sea por una reedición de la “burbuja puntocom”, sea por el invento de algo que mole más y se lleve toda la clientela. Obviando otras consecuencias económicas, que haberlas habríalas pero no son horas de ponerse a analizar, en lo que concierne al cine todo esto se traduce en que, llegados al final, da la sensación de que faltan muchas cosas por contar. Y ya saben lo feo que es dejarse las cosas a medias.

Quién sabe, igual si se hubieran esperado diez añitos tendrían material biográfico suficiente como para darle un buen cierre a la narración y que quedara un conjunto coherente. Todo puede ser que la necesidad urgente de hacer caja les haya llevado a ponerse a grabar deprisa y corriendo y, si la cosa sale bien, hacer una segunda parte dentro de algún tiempo. A los de la Guerra de las Galaxias les funcionó, y por ahí sigue habiendo mucho friki suelto…

La próxima: ¿Estás ahí?